sábado, 27 de agosto de 2011

Poema del Otoño de Rubén Darío


                                        Tú, que estás la barba en la mano 

meditabundo, 
¿has dejado pasar, hermano, 
la flor del mundo? 


Te lamentas de los ayeres 
con quejas vanas: 
¡aún hay promesas de placeres 
en los mañanas! 


Aún puedes casar la olorosa 
rosa y el lis, 
y hay mirtos para tu orgullosa 
cabeza gris. 


El alma ahíta cruel inmola 
lo que la alegra, 
como Zingua, reina de Angola, 
lúbrica negra. 


Tú has gozado de la hora amable, 
y oyes después 
la imprecación del formidable 
Eclesiastés. 


El domingo de amor te hechiza; 
mas mira cómo 
llega el miércoles de ceniza; 
Memento, homo... 


Por eso hacia el florido monte 
las almas van, 
y se explican Anacreonte 
y Omar Kayam. 


Huyendo del mal, de improviso 
se entra en el mal, 
por la puerta del paraíso 
artificial. 


Y no obstante la vida es bella, 
por poseer 
la perla, la rosa, la estrella 
y la mujer. 


Lucifer brilla. Canta el ronco 
mar. Y se pierde 
Silvano, oculto tras el tronco 
del haya verde. 


Y sentimos la vida pura, 
clara, real, 
cuando la envuelve la dulzura 
primaveral. 


¿Para qué las envidias viles 
y las injurias, 
cuando retuercen sus reptiles 
pálidas furias? 


¿Para qué los odios funestos 
de los ingratos? 
¿Para qué los lívidos gestos 
de los Pilatos? 


¡Si lo terreno acaba, en suma, 
cielo e infierno, 
y nuestras vidas son la espuma 
de un mar eterno! 


Lavemos bien de nuestra veste 
la amarga prosa; 
soñemos en una celeste 
mística rosa. 


Cojamos la flor del instante; 
¡la melodía 
de la mágica alondra cante 
la miel del día! 


Amor a su fiesta convida 
y nos corona. 
Todos tenemos en la vida 
nuestra Verona. 


Aun en la hora crepuscular 
canta una voz: 
«Ruth, risueña, viene a espigar 
para Booz!» 


Mas coged la flor del instante, 
cuando en Oriente 
nace el alba para el fragante 
adolescente. 


¡Oh! Niño que con Eros juegas, 
niños lozanos, 
danzad como las ninfas griegas 
y los silvanos. 


El viejo tiempo todo roe 
y va de prisa; 
sabed vencerle, Cintia, Cloe 
y Cidalisa. 


Trocad por rosas azahares, 
que suena el son 
de aquel Cantar de los Cantares 
de Salomón. 


Príapo vela en los jardines 
que Cipris huella; 
Hécate hace aullar a los mastines; 
mas Diana es bella; 


y apenas envuelta en los velos 
de la ilusión, 
baja a los bosques de los cielos 
por Endimión. 


¡Adolescencia! Amor te dora 
con su virtud; 
goza del beso de la aurora, 
¡oh juventud! 


¡Desventurado el que ha cogido 
tarde la flor! 
Y ¡ay de aquel que nunca ha sabido 
lo que es amor! 


Yo he visto en tierra tropical 
la sangre arder, 
como en un cáliz de cristal, 
en la mujer 


Y en todas partes la que ama 
y se consume 
como una flor hecha de llama 
y de perfume. 


Abrasaos en esa llama 
y respirad 
ese perfume que embalsama 
la Humanidad. 


Gozad de la carne, ese bien 
que hoy nos hechiza, 
y después se tornará en 
polvo y ceniza. 


Gozad del sol, de la pagana 
luz de sus fuegos; 
gozad del sol, porque mañana 
estaréis ciegos. 


Gozad de la dulce armonía 
que a Apolo invoca; 
gozad del canto, porque un día 
no tendréis boca. 


Gozad de la tierra que un 
bien cierto encierra; 
gozad, porque no estáis aún 
bajo la tierra. 


Apartad el temor que os hiela 
y que os restringe; 
la paloma de Venus vuela 
sobre la Esfinge. 


Aún vencen muerte, tiempo y hado 
las amorosas; 
en las tumbas se han encontrado 
mirtos y rosas. 


Aún Anadiódema en sus lidias 
nos da su ayuda; 
aún resurge en la obra de Fidias 
Friné desnuda. 


Vive el bíblico Adán robusto, 
de sangre humana, 
y aún siente nuestra lengua el gusto 
de la manzana. 


Y hace de este globo viviente 
fuerza y acción 
la universal y omnipotente 
fecundación. 


El corazón del cielo late 
por la victoria 
de este vivir, que es un combate 
y es una gloria. 


Pues aunque hay pena y nos agravia 
el sino adverso, 
en nosotros corre la savia 
del universo. 


Nuestro cráneo guarda el vibrar 
de tierra y sol, 
como el ruido de la mar 
el caracol. 


La sal del mar en nuestras venas 
va a borbotones; 
tenemos sangre de sirenas 
y de tritones. 


A nosotros encinas, lauros, 
frondas espesas; 
tenemos carne de centauros 
y satiresas. 


En nosotros la vida vierte 
fuerza y calor. 
¡Vamos al reino de la Muerte 
por el camino del Amor!


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