miércoles, 11 de agosto de 2010

Luis Sepúlveda regresa al 68 con la novela generacional "Los años felices"

 
El escritor chileno Luis Sepúlveda se ha propuesto relatar la "autobiografía" de toda una generación, la suya, que transcendió las fronteras y transformó "el imaginario de la sociedad", en "Los años felices", una novela que arranca en 1967 y termina con la caída del muro de Berlín.
 
Por el momento, la próxima novela del escritor chileno es un largo texto, sin fecha de publicación, que le está haciendo trabajar "intensamente", ha explicado hoy en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, donde está desgranando las claves de su obra en un curso en el que el diálogo gana la partida a las exposiciones teóricas.

"Uno aprende más respondiendo preguntas que haciendo teoría", ha señalado este autor, que ironiza con que debería erigirse un monumento a sí mismo por ser un "tipo muy trabajador". Y es que, cuando los periodistas le han preguntado por sus nuevos proyectos, ha comenzado por anunciar que este otoño publicará un libro de crónicas titulado "Historias de aquí y de ella" y además acaba de entregar otro, con fotografías del argentino Daniel Mordzinski, que empezó como un libro de viajes para convertirse en un relato sobre un mundo que ha desaparecido.

El autor de "El viejo que leía novelas de amor" lleva al lector a la vasta estepa patagónica, donde la irrupción de la industria de la lana marcó "el principio del fin" de unas formas de vida tradicionales que habían pervivido durante siglos. "Me di cuenta de que estaba contando las últimas noticias de un mundo que ya no existe", ha apuntado.

Mientras, está inmerso en la escritura de ese "recuento generacional" que será "Los años felices", un relato protagonizado por personajes ficticios, pero basados en personas reales, que comienza en 1967 porque fue entonces cuando empezó el "68 chileno".

"Esa generación dejó un legado, transformó no la sociedad pero sí el imaginario de sociedad que se tenía hasta entonces", ha afirmado Sepúlveda, quien ha añadido que esas consignas que hoy se ven "como parte de la prehistoria", como "sé realista, pide lo imposible", significaban "algo muy profundo".

En su opinión, aquellos "sensentayochistas" estuvieron marcados por una "gran generosidad" desde el punto de vista político y económico. "Hay quienes sostienen que la generación del 68 fracasó estrepitosamente en todo, y uno de ellos es Nicolas Sarkozy, pero el pequeñito ése olvida que se divorció porque nosotros conseguimos como generación el divorcio, y por eso se pudo casar con Carla Bruni", argumenta.

Luis Sepúlveda publicó el año pasado "La sombra de lo que fuimos", una historia que escribió porque quería regresar literariamente a Chile y que le dio la clave para su nueva novela. Aquella historia se limita a narrar un día en la vida de un grupo de veteranos del 68 que se reúnen para vivir "una especie de aventura crespuscular" porque "los regresos son siempre tímidos", en opinión de un autor que defiende que sólo hay una manera de mirar al pasado, y es la cervantina: "Con amor y con humor, que es amor con hache".

A su modo de ver, el golpe militar del 73 fue algo "muy traumático que cambió la realidad de mucha gente y destrozó un sueño colectivo". "Los que sobrevivimos seguimos existiendo, en el país o en otras latitudes, y tenemos una correspondencia con otros jóvenes de otros países".

El escritor chileno, que reside en España, ha recordado sus años en Alemania, cuando convivía con jóvenes que compartían el mismo sueño de democratizar la sociedad, y ha afirmado que, con la caída del muro, se implantó una manera unilateral de concebir el mundo y se entregó "a una ciencia que no es exacta como es la economía la posibilidad de decidir sobre todas las materias inherentes a la vida".

Luis Sepúlveda detesta la literatura con mensaje y prefiere tender puentes entre el rigor ético con el que se enfrenta a la vida y el rigor estético que quiere imprimir a su obra. También sabe que para "algunos sectores" de su país es como "una pulga en la oreja", porque durante veinte años ha rechazado los cargos y honores en el extranjero que le han ido ofreciendo los sucesivos gobiernos chilenos con el argumento de que no aceptará nada mientras "no se libere a todos los presos políticos encarcelados". Pero también en cada regreso encuentra "manifestaciones de afecto muy importantes" de la gente que aprecia a un escritor que, según ha afirmado, no necesita que le quiera todo el mundo.

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