lunes, 21 de junio de 2010

Me voy a donde el frío viento sopla



























Víctor Drax.
Existe un mito muy común con respecto a los suicidas. Que si amenazan con hacerlo, es porque nunca lo harán. Yo me imagino que quien estableció ese precepto era un buen cristiano, buscando proteger su mente de una realidad que no podía abrazar. La verdad es que todos los suicidas dan señales de lo que están por cometer. Lo que queremos es que alguien nos tome de los hombros y nos diga “¿de qué estás hablando, idiota? ¡Si tienes tantos motivos para vivir!” Pero en nuestra sociedad de Blackberry y Facebook, de rumbitas nocturnas y arenita-playita, nadie tiene tiempo para hacerlo.
Me levanté hoy y supe que este era el día. No era la primera vez que dije “estas son las últimas 24 horas” ni la primera en que tenía la certeza. Había diseñado un proceso delicado, un Cómo Suicidarse Para Dummies. Como si importara, realicé el ritual matutino de todos los días. Me lavé los dientes, oriné, me comí lo primero que conseguí en la nevera (una manzana). Fui al balcón y admiré una ciudad que no notaría mi ausencia. Es decir, yo sabía que tenía a gente que lloraría mi muerte. Buenos amigos, familiares que me amaban, conocidos que se sentirían perturbados. Pero ¿qué diferencia hacía eso en el gran esquema de las cosas? Diez años en el futuro, las cosas seguirán iguales y tú no serás más que una imagen dentro de un marco.
El suicidio es una forma de homicidio. Estás matando a otra persona —casualmente, resultas ser tú. Esas cosas pasan. Nadie sufre un golpe y dice “¡se acabó! ¡Me voy a matar hoy!” Es una cuestión progresiva. Vas viendo que las cosas que acostumbraban a darte placer resultan insuficientes. El punto, el objetivo de ser humano, se difumina. Y empiezas a imaginarte a tus entornos regulares sin ti. Te imaginas muerto e imaginas a la reacción de quienes pueden descubrirte. Te imaginas las respuestas de un grupo muy específico de personas y te los imaginas tiempo después, viviendo como siempre lo hicieron. Para poder suicidarte, necesitas des-personalizarte. Como todo asesino necesita ver a su víctima como un objeto, tú también aprendes a verte como un medio para un fin. Nadie se suicida deprimido, porque cuando estás deprimido no tienes energías para nada. Es cuando empiezas a salir de la bruma que consideras “bueno. Quizá este es un buen momento para hacerlo.” Necesitas un poquito de determinación y calma, porque una vez que comiences, tienes que seguir hasta el final.
Con la libertad de saber que el mañana no importa, me enfundé en franela, jeans y botas y salí a dar un paseo. El aire de la mañana estaba espeso y el calor que había ahogado a nuestros días pasados fue derrotado por un frío profundo, un perpetuo cielo gris. El día de mañana, el sol seguirá oculto detrás de esas nubes. El mundo seguirá girando. Tú no estarás ahí, pero eso no importa.
Porque es un plan al que uno le dedica tiempo, había detallado cuál era el mejor método para abandonarlo todo. Para cortarte las venas de las muñecas, tienes que hacerlo en diagonal, a lo largo del brazo, nunca horizontal (pues puedes sobrevivir, en contradicción directa con tus metas). Desde las palmas hasta el codo. También, si no quieres esperar a que se te duerman los brazos y te llegue un hormigueo intenso a la boca, tienes dos arterias importantes en el cuello. Son gruesas, así que no deberías fallarlas. Estarás fuera del juego en cuestión de minutos. ¿Por qué hay tanta gente que elige este método metido en una bañera de agua caliente? Porque así se ayuda al flujo de sangre al exterior. ¿Te fijas? Ellos lo sabían porque lo investigaron. No es impulsivo. Para el suicida, esto un proyecto nacido durante días.
Terminé en la panadería. Vagando, con las manos en los bolsillos, el olor a pan caliente se me metía por las fosas nasales y me alborotaba el hambre. Pero no quería comer. A mi lado, una señora estudia los dulces en una vitrina. Se detiene, se da cuenta de que la estoy mirando, me mira durante cinco segundos, tratando de determinar si somos conocidos. No lo somos. Ella vuelve al estudio de su glucosa y sus carbohidratos, de todas las cosas que el doctor le dijo que no comiera porque la harían morir.
La verdad es que estoy cansado de sentirme deprimido y no poder levantarme de la cama para terminar todas las cosas que quiero hacer. Hablamos de una enfermedad cuya raíz es la vida.
Un método bastante menos sangriento es la ingestión de tóxicos. Te tomas un veneno y te sientas en la sala de tu casa, a ver si el cielo se abre y aparece una escalera y una gran voz te dice “ven a la luz, hijo.” Aunque dura poco, esto te va a doler. Tus órganos se apagan, uno por uno, llevándote a un inevitable infarto. Unos minutos después, tus sentidos dejan de pasarle información a tu cerebro. No te duermes. Estás ahí, desapareciendo poquito a poco. Lo que es peor, es posible que te acobardes a mitad de camino, te pares del sillón y le cuentes a alguien que tienes un pequeño caso de “muerte.” Te vas a salvar y la gente va a enfocar un poco de atención en ti, atención que no necesitas.
Volví al apartamento, con la frente sudorosa, sintiéndome un poco fatigado. Bebí agua directo de la jarra. Traté de pensar en la última persona con la que hablé, la última persona que me vio con vida y no puedo acordarme de nadie específicamente. Quizá es mejor así. Tengo planes para esta semana. Planes para dentro de unos meses. Ponerte planes a futuro para salvarte del ánimo suicida no funciona.
Por motivos dependientes de la personalidad de cada quien, es posible que tú elijas al ahogamiento como método de salida. Esta es la forma de suicidio que más fuerza de voluntad requiere. Porque a menos que te arrojes atado al mar, o cuentes con un compañero que ponga una lona en la piscina mientras tú estás nadando, tu mejor opción es meter la cabeza en una cubeta con agua. El principal problema de esto es que cuentas con instintos que lucharán para mantenerte con vida. La idea es que tus pulmones se llenen de agua, pero lo que tu cuerpo va a hacer es tragar, llevando el agua a tu estómago. Tan ineficiente que ni lo considero una alternativa.
Fui a la cama y permanecí acostado, mirando al techo, sin pensar realmente en nada. Las manos detrás de la cabeza, respirando lento, pasando segundos con los ojos cerrados. No suena el teléfono. Nadie escribe por el celular. Nadie toca la puerta a preguntarte si tienes luz o si tienes Internet. Nadie aparece para darte ese toquecito en el hombro que te dé cinco minutos para pensar y optar por continuar. Si el universo conspira para hacerte las cosas realidad, entonces el universo no quiere que nadie más intervenga. Tras una vida de planes imperfectos, existe un momento en el que todas las cosas se dan para que tengas éxito. Me levanto, abro el closet y saco el método que yo elegí.
Un disparo a la cabeza es la forma más rápida e indolora de suicidarte. La bala entra en el cráneo y rebota, asegurándose de que no te vayas a levantar. Si bien en teoría suena efectivo, hay quienes lo han hecho mal, resultando en una existencia mucho peor que la que buscaban terminar en un principio. Se meten el cañón del arma en la boca, se apuntan a la nuca y bang. Esto no te mata instantáneamente. Te mata el shock y la pérdida de sangre. Pasa lo mismo si te disparas en la sien. Existe una pequeña posibilidad de que la bala erre (sobre todo si estás temblando y sollozando) y no te mueras en el acto. Tienes que hacer esto bien; tienes una sola oportunidad.
Sentado en el borde de la misma cama donde reí, soñé, comí, imaginé mil futuros perfectos y besé dulces labios, cierro los ojos e introduzco el cañón del revólver en mi boca. Hacia arriba, sintiendo el frío metal en el centro del paladar.
Respiro. Abro los ojos.
Respiro.
Nunca quise que este fuese el final, pero así fue como se dio. Con todo lo que ha estado pasando, es mucho mejor que todo quede como está, que los momentos perfectos permanezcan suspendidos en el pasado, que el futuro no se llene de más promesas incumplidas. Así, con todas las memorias perfectas que tienes de mí, quiero tomar mi asiento en la bóveda de tu memoria. No vas a entenderlo ahora y me duele hacerte daño. Pero con el tiempo, pasará. Y quiero que me recuerdes sonriendo. Porque cuando las cosas fueron buenas, tú fuiste toda la felicidad que yo conocí.
Respiro. Cierro los ojos.

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