domingo, 21 de febrero de 2010

Cuento Soho

El problema del “Comba” eran las drogas, por eso no sirvió para nada. Su mal rendimiento en el estudio era comparable con su inmensa bondad. Toda su vida fue una pifia bien zurcida. De la escuela no lo echaron porque era hijo de la señora que la cuidaba y vivían en ella. En cambio en la secundaria se paseo por todos los colegios de la zona. Fue rutina inscribirlo y a las pocas semanas expulsarlo. Él no se inmutaba. Por eso lo despedían, nunca decía nada. Siempre con el mismo cuaderno 5 materias de resorte en el lomo, los mismos tenis, el mismo yin y el buzo de lana roto y descocido por todas partes.
No le hacía mal a nadie, todos en el barrio lo conocían y lo estimaban. Nunca se quejaba, lo suyo era la paciencia y el silencio. Tenía personalidad de ladronzuelo pero transmitía compasión, jamás temor. Tal vez la melancolía de su mirada lo hacía confiable. Era el mensajero del barrio. Ya fuera para ir a la lavandería, la plaza o la farmacia... A comprar cocinol, sacar el cilindro y esperar el carro del gas, a “virutiar” una casa, colgar los bombillos en las navidades… Para dónde van, preguntaba. De “roling” le respondíamos y de inmediato se subía al bus. Lo envidiábamos, por su tiempo y actividades no le respondía a nadie. Salía y llegaba a cualquier hora. En todo evento que se celebraba estaba presente. La calle era su habitación íntima.
Muchas veces lo encontré en la cafetería en donde nos reuníamos a jugar ajedrez. Otras tantas lo vi en el billar con el cuaderno 5 materias bajo el brazo y las manos en el bolsillo viendo jugar tres bandas. Con él vimos el ciclo de películas de Kung-Fú en el “tarro” del barrio. Pero casi siempre estaba en el parque jugando micro. Tras el balón íbamos al Salitre, a El Tunal, al lago Timiza, a las canchas de la Nacional. Estuvimos en gorriones en el Estadio y varias veces nos tocó regresarnos a pie porque a la salida el hambre nos tentaba a gastarnos lo del pasaje en envueltos. Fue en una de esas caminatas en donde nos confesó que vivía enamorado de una de las Hernández. De la “pecosa”; la chica siempre le fue esquiva.
Aunque todos lo utilizaban el “Comba” siempre fue un mal ejemplo. Cuando evitábamos la peluqueada, o se nos ponían las uñas de luto, o no brillábamos los zapatos de inmediato nos comparaban con él. Pero era imposible rehuirlo. Por una razón elemental. Nadie hacía con el balón de micro lo que este muchacho era capaz. Cuando llegó la fiebre del fútbol de salón en toda Bogotá los equipos de la localidad se lo peleaban. Hubo fines de semana que jugó por día hasta 5 partidos en canchas diferentes. Andaba con las camisetas puestas y la cantidad de medias de lana no le cabían en los tenis. Se dejaba puesta la misma pantaloneta. Del Galán corría al Colón, luego a La Camelia, alcanzaba a ir a Las Ferias y por la noche alineaba en Puente Aranda.
Era zurdo, de piel negra aceituna, no era muy veloz pero de una técnica impecable, jugaba agachado con una mano extendida y la otra con elegancia pegada a la cintura. Casi no miraba el balón, sus ojos dirigidos al piso pero pendientes de la periferia. Se movía con exactitud driblando con exquisitez y descontando contrarios con una magia inexplicable. Aunque como todos, transportaba el balón pisándolo, pero en él primaba el arrastre y protección que le hacía todo el tiempo con su peine interno. Era como si abrazara el esférico alejándolo del pie contrario. Su pié enconchaba el balón como el guante del beisbolista a la pelota, y desde allí trazaba giros, esguinces, zigzagueos y círculos completos como si el balón estuviese adherido a su tobillo. Muchas de las figuras que tejía al pasar las vi luego en televisión algunos lustros después en regates de estrellas del fútbol.
En las canchas de barrio producía hilaridad ver lo que era capaz de hacer en un metro de asfalto frente a dos o tres contrarios. No hubo otro como él. El balón se humillaba ante su zurda prodigiosa.
Fue eso lo que obligó a un empresario italiano a llevárselo antes de que Ernesto Díaz jugara en Bélgica. Lo tuvieron un año en las inferiores del Milán acostumbrándolo a las canchas de fútbol y tratando de que hiciera con los guayos lo mismo que hacía con los tenis. Jugó un año más en la liga profesional, la noche que debutó hizo dos goles y las crónicas de la época lo presentaban como la maravilla negra oriunda de una favela de Brasil, aunque también le inventaron una historia de procedencia del África. Iniciaron la naturalización en Italia sin que nadie en Colombia se enterara.
A los dos años de ser sensación en Europa debió viajar a Bogotá a tramitar sus papeles personales para poder hacerse a una identidad y a un país. Fue detenido unas semanas porque nadie le aceptó la historia y cayó sobre él la sospecha. No tenía familia, ni hogar y había estado ilegal en Italia. Eran los años de los carteles de la marihuana. Con el correr de los días el club y el empresario hicieron todo lo posible por ubicarlo, intensificaron sus pesquisas, incluso en Brasil y en varios países del África, sin obtener resultado sobre su paradero.
Cansado de asistir a oficinas públicas volvió al barrio con unos recortes de prensa y se dio a la tarea de buscar a la “pecosa”. Ella lo escuchó pero no le creyó, entonces recayó en su mutismo. En el barrio nos acostumbramos a verlo harapiento y a los pocos años envejeció. Fue de los primeros que durmió debajo del puente de la 56 con tercera. Nos veía pasar, a todos nos conocía pero nunca hablaba nada, sólo extendía la mano y al recibir las monedas agachaba su cabeza. Una tarde de domingo nos llegó la noticia. Murió el “Comba”. Alguien se percató porque un perro callejero ladraba desconsolado sobre el cadáver. Encontraron su cuerpo tirado frente a la escuela que lo vio nacer. En una bolsa le encontraron unas hojas de revista deportiva italiana, unos guayos de fútbol y una foto autografiada de la “pecosa”. Una anciana que escuchó la conversación se alejó diciendo: El problema del “Comba” eran las drogas, por eso no sirvió para nada.

Autor: Mario López - Colombia.

1 comentario:

  1. Como les comenté, retomo esta inciativa en parte por MArio López, un amigo que me brindó su apoyo y aún no he honrrado su esfuerzo. Aquí un cuento corto de su autoría.

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