domingo, 30 de enero de 2011

El Gordo y el Flaco, de Antón Chéjov

 
En una estación de ferrocarril de la línea Nikoláiev se encontraron dos amigos: uno, gordo; el otro, flaco.

     El gordo, que acababa de comer en la estación, tenía los labios untados de mantequilla y le lucían como guindas maduras. Olía a Jere y a Fleure d'orange. El flaco acababa de bajar del tren e iba cargado de maletas, bultos y cajitas de cartón. Olía a jamón y a posos de café. Tras él asomaba una mujer delgaducha, de mentón alargado -su esposa-, y un colegial espigado que guiñaba un ojo -su hijo.

     -¡Porfiri! -exclamó el gordo, al ver al flaco-. ¿Eres tú? ¡Mi querido amigo! ¡Cuánto tiempo sin verte!

     -¡Madre mía! -soltó el flaco, asombrado-. ¡Misha! ¡Mi amigo de la infancia! ¿De dónde sales?

     Los amigos se besaron tres veces y se quedaron mirándose el uno al otro con los ojos llenos de lágrimas. Los dos estaban agradablemente asombrados.

     -¡Amigo mío! -comenzó a decir el flaco después de haberse besado-. ¡Esto no me lo esperaba! ¡Vaya sorpresa! ¡A ver, deja que te mire bien! ¡Siempre tan buen mozo! ¡Siempre tan perfumado y elegante! ¡Ah, Señor! ¿Y qué ha sido de ti? ¿Eres rico? ¿Casado? Yo ya estoy casado, como ves. Ésta es mi mujer, Luisa, nacida Vanzenbach uterana. Y éste es mi hijo, Nafanail, alumno de la tercera clase. ¡Nafania, este amigo mío es amigo de la infancia! ¡Estudiamos juntos en el gimnasio!

     Nafanail reflexionó un poco y se quitó el gorro.
     -¡Estudiamos juntos en el gimnasio! -prosiguió el flaco-. ¿Recuerdas el apodo que te pusieron? Te llamaban Eróstrato porque pegaste fuego a un libro de la escuela con un pitillo; a mí me llamaban Efial, porque me gustaba hacer de espía Ja, ja ¡Qué niños éramos! ¡No temas, Nafania! Acércate más. Y ésta es mi mujer, nacida Vanzenbach luterana.

     Nafanail lo pensó un poco y se escondió tras la espalda de su padre.
     -Bueno, bueno. ¿Y qué tal vives, amigazo? -preguntó el gordo mirando entusiasmado a su amigo-. Estarás metido en algún ministerio, ¿no? ¿En cuál? ¿Ya has hecho carrera?

     -¡Soy funcionario, querido amigo! Soy asesor colegiado hace ya más de un año y tengo la cruz de San Estanislao. El sueldo es pequeño pero ¡allá penas! Mi mujer da lecciones de música, yo fabrico por mi cuenta pitilleras de madera. ¡Son unas pitilleras estupendas! Las vendo a rublo la pieza. Si alquien me toma diez o más, le hago un descuento, ¿comprendes? Bien que mal, vamos tirando. He servido en un ministerio, ¿sabes?, y ahora he sido trasladado aquí como jefe de oficina por el mismo departamento. Ahora prestaré mis servicios aquí. Y tú ¿qué tal? A lo mejor ya eres consejero de Estado, ¿no?

     -No, querido, sube un poco más alto -contestó el gordo-. He llegado ya a consejero privado. Tanto dos estrellas.

     Súbitamente el flaco se puso pálido, se quedó de una pieza; pero en seguida torció el rostro en todas direcciones con la más amplia de las sonrisas; parecía que de sus ojos y de su cara saltaban chispas. Se contrajo, se encorvó, se empequeñeció... Maletas, bultos y paquetes se le empequeñecieron, se le arrugaron. El largo mentón de la esposa se hizo aún más largo; Nafanail se estiró y se abrochó todos los botones de la guerrera.

     -Yo, Excelencia. ¡Estoy muy contento, Excelencia!

     ¡Un amigo, por así decirlo, de la infancia, y de pronto convertido en tan alto dignatario! ¡Ji, ji!

     -¡Basta, hombre! -repuso el gordo, arrugando la frente-. ¿A qué viene este tono? Tú y yo somos amigos de la infancia. ¿A qué viene este tono? Tú y yo somos amigos de la infancia, ¿a qué me vienes ahora con zarandajos y ceremonias?

     -¡Por favor! ¡Cómo quiere usted! -replicó el flaco, encogiéndose todavía más, con risa de conejo-. La benevolente atención de Su Excelencia, mi hijo Nafanail mi esposa Luisa, luterana, en cierto modo.

     El gordo quiso replicar, pero en el rostro del flaco era tanta la expresión de deferencia, de dulzura y de respetuosa acidez, que el consejero privado sintió náuseas. Se apartó un poco del flaco y le tendió la mano para despedirse.

     El flaco estrechó tres dedos, inclinó todo el espinazo y se rió como un chino: "¡Ji, ji, ji!" La esposa se sonrió.

     Nafanail dio un taconazo y dejó caer la gorra. Los tres estaban agradablemente estupefactos.


Antón Chéjov fue un escritor Ruso. Nació el 29 de enero de 1860 y falleció el 15 de julio de 1904.

1 comentario:

  1. COMENTARIO A EL GORDO Y EL FLACO

    Antón Chejov Pavlovich es una de las grandes glorias de las letras, especialmente del teatro ruso. A los 30 años era tal su fama como cuentista que pudo abandonar su carrera de medicina para dedicarse de lleno a la literatura. El GORDO Y EL FLACO es un breve relato que refleja de manera realista la sociedad clasista de la Rusia pre bolchevique de finales del siglo XIX. Una sociedad individualista donde el burocratismo del estado frena el desarrollo, alimenta la brecha de la desigualdad y la discriminación.
    El relato tiene como escenario una estación de ferrocarril de la línea Nikoláiev, ambiente propicio para que el azar reencuentre a dos amigos de la infancia, uno el gordo que representa el sector de la clase media ascendente que va logrando su realización profesional - personal y el otro el flaco que representa a la clase media baja que ve lejana sus nobles aspiraciones y que tampoco ha satisfecho sus necesidades básicas. De seguro que el autor se propuso recrear con este encuentro casual, el desencuentro social y económico de la Rusia de ese entonces.
    El relato parece sugerirnos una máxima; la felicidad de los desposeídos dura poco, es escurridiza como el agua entre las manos. “Los amigos se besaron tres veces y se quedaron mirándose el uno al otro con los ojos llenos de lágrimas. Los dos estaban agradablemente asombrados”. Hasta allí la felicidad del flaco. La maestría de Chejov, influenciada por su excelente dramaturgia, hace que esta felicidad se troque en desdén, en resentimiento discriminante: “He llegado ya a consejero privado. Tanto dos estrellas. Súbitamente el flaco se puso pálido, se quedó de una pieza; pero en seguida torció el rostro en todas direcciones con la más amplia de las sonrisas; parecía que de sus ojos y de su cara saltaban chispas. Se contrajo, se encorvó, se empequeñeció... Maletas, bultos y paquetes se le empequeñecieron, se le arrugaron. El largo mentón de la esposa se hizo aún más largo; Nafanail se estiró y se abrochó todos los botones de la guerrera…”
    Para terminar el comentario, podemos decir que hay dos aspectos característicos que embellecen el relato: la arquitectura antagónica moderada en el diseño de sus personajes y esa atmósfera de bellas imágenes que le dan al relato un toque de humor fino bien conducido que hacen que los aspectos políticos de fondo queden velados dándole soporte al cuento.

    ResponderEliminar