Sus manos giraron lentamente la perilla del reproductor. Poco a poco las palabras fueron cediendo, dando paso al movimiento vertiginoso de sus caderas.
El jugueteo de nuestros cuerpos finalmente enredó brazos, lenguas, piernas hasta caer derrotados; ajenos a la melodía.
Cuando el alba se reflejó en sus ojos, mi boca estaba absorbiendo la primera taza de café. Las monedas cayeron al piso, sus pasos ya no eran tan sensuales, la puerta se cerró.
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